lunes, 14 de marzo de 2005

Todavía con lo mismo


Una vez leí en algún sitio que la capacidad de sufrimiento por los demás depende de la imaginación. Que para sufrir por otros, hace falta una dosis muy fuerte de imaginación. Puede que sea verdad.

Hace un año, el 11-M marcó un día negro en la historia de mi país que también podría decirse que es un día negro, como muchos otros, en la historia de la humanidad. Y también marcó un cambio fuerte en mi forma de sentir porque ahora, entre todos los registros que tengo guardados en mi cuerpo, tengo un casillero donde he guardado a qué huele el dolor en masa. Y puedo evocarlo y soy capaz de sostenerlo en mis manos cuando veo en la televisión o leo en los periódicos que una bomba ha estallado aquí y allá, que una guerra ha matado a unos y otros. El 11-M me acercó al mundo y me hizo caminar aún más, al lado de los que sufren el peso de la injusticia. Y ya no es cosa que dependa de la imaginación.

Pero estoy harta del 11-M, de sus víctimas y de los actos públicos, con o sin cipreses en Atocha, con o sin concierto de cuerda en el Parlamento, con o sin debate eternos en la tele, con o sin minutos de silencio seguidos de aplausos, con o sin un largo etc. Harta, harta, harta hasta la médula. Hasta el moño de toda la patraña sentimentaloide, de todos los testimonios escabrosos, de las ofrendas florales, de toda la manipulación política, de la naturaleza inerte de convenios que no dicen nada, de los especiales en los telediarios, de las palabras sucias de quien ensucian el recuerdo en la tele. Estoy harta de que sea siempre una excusa, que sirva de medallón a unos u otros, de que todo se lo debamos, de oír que en ese tren íbamos todos. ¡Hasta el moño!

Por favor, lo único que pido es que no tengan el morro además de decirme que guarde un minuto de silencio o que haga tonterías como esa en nombre de los que murieron inocentemente por una injusticia tan enorme. Ni minuto de silencio ni calles con nuevos nombres ni nada de eso. ¡Que me dejen en paz! En paz con la conciencia tranquila por saber que esa gente que todavía sufre tanto puede de una vez descansar en paz y olvidar el horror gracias a la ayuda desinteresada y privada, atenta, humana, cercana, anónima, reconfortante, cálida, paciente… de quien en nombre de todos ha de dársela. Esos mismos que han de velar, pues así lo queremos todos, para que esto tan atroz que espantó al mundo y que dejó a un país sin habla no vuleva nunca, jamás, a ocurrir. Y mientras tanto, sus palabras de más sobran.

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