lunes, 14 de marzo de 2005

A las barricadas

Últimamente me siento muy subversiva, y por eso, en mi línea, querría pedirle a todo el mundo que apagase la tele, como señal de repulsa, de hartazgo, no ya por que nos manipulen o nos dejen de manipular, si no por que nos toman por tontos y con eso vale.

Yo, en la pequeña casa donde vivo, no tengo tele. Cuando llegué había muebles y no tele y no compré una. No fue una elección espartana ni un experimento sociológico conmigo misma ni nada. Me vino así, dado. Y claro, la echo de menos de vez en cuando.
No voy a mentir, a hacerme la heroína intelectual y a decir que todo es sustituible con recuperar el arte de la conversación o con una buena lectura. A mi también me gustaría poder ver una peli alguna noche o alguna tarde lluviosa de domingo o algo así. También cuando pasan ciertas cosas en el mundo me quedo como buscando el hueco donde encajaría la tele en mi salón-comedor-dormitorio-rotulador-pinza, como si ella pudiese darme todas las respuestas. Pero por otro lado me alegro enormemente de no tener la posibilidad de quedar atrapada delante de un programa que engancha sólo por denigrante, en una especie de competición entre uno mismo y la cadena televisiva por ver cuan lejos pueden llegar ellos y cuan lejos puedo yo seguir acompañándolos.

En muchas familias la tele es un aglutinador, hacer algo juntos quiere decir casi siempre ver algo juntos en la tele y es una pena. No cambiar ese esquema nos hace ser clientes de una porquería que es sobre todo triste y por tanto nos vuelve tristes a nosotros también. Tristes y pequeños, por que nos pasamos la tarde divirtiéndonos con gallinas que se chillan o argumentos trilladísimos tratados de una forma cada vez más descuidada, por que en el fondo, poco importa, nos lo vamos a tragar igual.

Es inútil, creo yo, esperar que cambie la tele por ahora, o entrar en un debate circular sobre si la tele da basura por que la gente la pide o si la gente pide basura y por eso la tele amablemente se la da. Eso ya es lo de menos. Ya no sirven las medias tintas, hay que apagar la tele. Por vergüenza ajena y por amor propio.

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