miércoles, 30 de marzo de 2005

Desde lo alto de mis tacones


El otro día estaba hablando con mis amigas y si yo sola me monto planes y metas que cumplir, no hay nada como reunirse con las amigas a cotillear y ver series fashion como para que de repente salgan como de la luz todos los objetivos que estábamos esperando, que de ser conseguidos nos traerán definitivamente la luz que buscamos.

Hace unos años, estos objetivos se basaban principalmente en ir al gimnasio a matarse moviendo pesos y sudando sobre la tapicería de skye de las máquinas y sobre todo, retomar cualquiera de las dietas que habíamos probado con anterioridad en algún momento sin demasiado éxito (véase la del huevo duro, la dieta depurativa del jarabe de arce, la disociada o la de la sopa de apio…). Torturas varias con diferentes nombres con los que acallar las jaurías hambrientas del estómago a la vuelta de los infiernos del fitness, ya de por sí hiperactivas con el cuerpo en reposo.

Pero últimamente, parece que las tornas han cambiado. Hemos pasado del “esto que me sobra hay que eliminarlo como sea” al triste y más realista paradigma de la ciencia de “esto que me sobresale hay que taparlo como sea, sin perder la dignidad”. Y quien dice tapar, pues dice también disimular, adornar, comprimir, espachurrar o enfundar.

El otro día, mientras nos tragábamos todas miles de series gracias al nuevo descubrimiento que ha supuesto para mí el canal digital, decidimos que en la vida, lo principal es tener glamour. Da igual si luego tienes que desplazarte rodando como una pelota o si cuando te sientas en el sillón tu muslo toma dimensiones inhumanas cuando se aplasta contra el cojín que incluso llegan a alarmarte. No importa. Si se te tiene que salir la tripilla por encima de la cintura del pantalón, que sea, ¡pero a llevarlo con gracia!.

Y entonces, fuimos el otro día a casa de Paula y ella sacó unos tacones monísimos de la muerte, que eran el último grito en top-glamour ideales para esta nueva etapa. Pero claro, me los probé y ante la mirada atenta de todas, la mirada que les permitían las lágrimas de risa que salían de sus ojos, puede pasearme por todo el salón haciendo gala de mi arte y mi soltura al andar ataviada con semejante atuendo. No valgo para esto. Las piernas se me paralizaron y se me volvieron duras. El arte de ir en puntillas es todo un misterio para mi y lo único que me provoca es un paralis generalizado que no me aporta mucho bien al garbo y la soltura con los que he sido por naturaleza dotada por la gracia de Dios.¡En mi vida he visto a alguien más pato con tacones puestos! Solo me sirven para ponerme falda y apoyarme quieta en algún sitio, evitando los desplazamientos innecesarios. Pero esto no me parece muy útil.

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