jueves, 28 de septiembre de 2006

Frantico

(Para los que lean francés y sean un poco guarros)

Y resulta que hay blogs de dibujantes de comics... claro, esto seguro que era obvio para muchos (especialmente para los dibujantes de comics) pero yo me enteré antesdeayer.

Y he aquí un link a uno simpático, en francés:

http://www.zanorg.com/frantico/

Te cambio mi vida

(pero sólo por un rato, luego me la devuelves)

Siempre he pensado que una buena respuesta a esa pregunta de: “¿por quién te cambiarías?” Es esa de, “por nadie, no querría ser ninguna otra persona”. Y la verdad es que no, no querría ser otra, bastante trabajo me ha costado intentar entenderme minimamente como para ponerme a estas alturas a cambiarme por otros. Pero eso no es del todo honesto, porque lo que no quiero es cambiarme PARA SIEMPRE, pero por un rato...

Cuando era pequeña, cuenta la leyenda de mis recuerdos deformados, que me cambiaba la ropa al llegar al colegio con una amiga. Tendríamos 7 u 8 años y llegábamos al cole, íbamos al baño y nos cambiábamos la ropa, a la hora de irse nos la cambiábamos otra vez. ¿Por qué? ni idea... ni siquiera se si sólo pasó una vez o varias, lo que si creo es que no tenía nada que ver con vernos en pelota picada la una a la otra por que no recuerdo nada de eso... en fin. Que yo creo que quería ser ella (que iba vestida un poco más cursi que yo, con faldas y eso) por un poco y ella quería ser yo (que llevaba petos de pana y botitas kickers rojas y azules con velcro) por otro poco, y luego volver tranquilamente a ser quien éramos.

En estos días estoy haciendo algo parecido, pero sin travestismos. Mi compañero de despacho tiene que acabar de escribir un texto sobre las teorías en torno al origen del SIDA y yo tengo que hacer una estupenda bibliografía analítica de la historia del cáncer. Hartos de estar hartos y de quejarnos y de oírnos quejarnos, etc., nos hemos cambiado las vidas. Y él me está haciendo un trabajo estupendísimo, oiga, y yo, pero qué contenta estoy con mi texto. Quizá esto tenga que ver con el hecho de que puedo echarme unas parrafadas ininteligibles y que mi nombre no aparecerá por ningún lado, pero creo que no, creo que uno vuela mucho más libre y hace mejor las cosas que requieren creatividad sin el peso de la responsabilidad. Y sin haberlo planeado, me he marcado un pareado anónimo firmado por el...

martes, 26 de septiembre de 2006

Sobre el sufrimiento inútil

Acabo de llegar a mi puesto de trabajo (de este sufrimiento útil quizás hable en otra ocasión) tras un penoso trayecto a pie desde mi casa con unos zapatos que me hacen polvo los pies. Y venía pensando dos cosas por el camino:

  1. Que mi sufrimiento inútil soportado con estoica entereza me daba seguramente un aire de poetisa urbana atormentada (puesto que no cojeaba, para no delatarme).
  2. Cuánto el sufrimiento inútil parece ser considerado una virtud en nuestra sociedad, tanto en el mundo frívolo (para presumir hay que sufrir) como en el espiritual-elevado (cierro los ojos y veo señoras andando de rodillas en las procesiones o cosas así).

En fin, ¿por qué esta hipervalorización del sufrimiento? Yo como buena atea con dejes de antropóloga le busco siempre las culpas a la religión, y divagando divagando he acabado pensando: ¿no es un poco raro que Jesús y los otros, claro, llevasen su propia cruz a cuestas en el vía crucis para luego ser crucificados? ¿Y si se hubiesen negado? ¿Habría cambiado mucho la cosa? ¿Sería nuestro mundo un poquito distinto tirando a mejor?

-Pues no, mire, la cruz la va a llevar a hombros vuesa merced el centurión, y a mi a caballito si quiere...

De remate


Estar loco es una cosa muy seria, que no se consigue así como así. Tienes que estar todo el rato haciendo de las tuyas para que la gente mire para otro lado y diga muy bajito “pobre, con lo que ha sido”. Estar chalado de remate es un proyecto de vida, es una inversión a largo plazo.

Cosas que puede hacer un loco (versión ligera): ponerse calcetines de colores desparejados y pantalones pesqueros, atarse los pantalones con una cuerda, cantar muy alto en la oficina o en el autobús, ir a por un café a la máquina en pijama, decirle a tu compañera de piso que te molesta que sea feliz, hacer como si nada hubiera pasado o como si lo que hubiera pasado fuera normal, reírse solo y a destiempo. No se me ocurre más, o se me ocurren muchas cosas que no caben.

Para otro punto de vista: post “Que no se nos oxide el absurdo” del martes, agosto 22, 2006 (Guisante pensante)

viernes, 22 de septiembre de 2006

In Memoriam : Valki

Antes de ayer se me murió, de muerte natural, mi perro Valki. O mejor dicho, nuestro perro Valki. O mejor dicho aún, el perro que vivía con nosotros: Valki.

Valki nació en casa de mis padres cuando yo todavía vivía allí, hace unos 14 años.

Valki era grande, de color marrón y negro y tenía una barba como la de la pantera rosa.

Valki tenía un aire tonto y simpático, hacía ruidos como de gato y tenía un aliento horrible.

Vivía en el jardín, dormía en un hueco debajo de la casa y siempre intentaba escaparse cuando uno entraba en la parcela, especialmente cuando uno venía cargado de bolsas de la compra, maletas, mochilas, bombonas de butano, etc. Aparentemente su intención no era huir para siempre, sólo parecía querer ir a darse una vuelta, revolucionar a todos los perros del barrio y volver hecho polvo a beberse toda el agua de su barreño.

A lo largo de su vida casi no aprendió ningún truco (quizá los encontraba denigrantes, como yo, o sencillamente poco interesantes). Muy a menudo pasaba de sentarse o de dar la pata cuando se lo pedías, pero lo mejor que hacía, o que no hacía en realidad, era lo de traer un palo. Si tu le tirabas un palo, él iba al lugar en el que aproximadamente había caído, buscaba un poco, y si no lo encontraba te traía otro palo cualquiera. Yo siempre encontré eso genial, como si le diese la vuelta a todo el truco, como si al que le interesase el palo fuese a ti y no a él. Quizá tenía razón y a mi me parece que con ello expresaba una sinceridad de la que otros perros no son capaces: -“¿todo esto del palo para qué?" -parecía decir- " quieres uno, pues ahí tienes este”.

En las veces en que salí al campo con él, nunca se alejaba demasiado de mí, y si desplegaba el mapa para orientarme, sentada en el suelo, él venía rápidamente, se tumbaba sobre él mirándome con un aire medio inocente medio de triunfo.

Los niños pequeños y él se generaban curiosidad mutuamente. Más saltaban los niños al verlo, más saltaba él. A veces les ladraba, pero no para asustarlos, sino de puro nerviosismo. Los olisqueaba y los empujaba un poco con el hocico, para estudiarlos un poco, pero nunca se portó mal con ninguno.

No supimos nunca que podía ser fiero hasta que nos dijo el cartero que a veces le daba miedo.

Es difícil saber si tuvo una vida plena, pero creo que en general fue feliz: comía bien, corría siempre por el jardín y se reprodujo al menos una vez con la perrita de un señor (es cierto que no es mucho, pero algo es algo). Años más tarde mantuvo una relación de “algo más que amistad” con Roque, el otro perro que vino a vivir con nosotros después que él. Había en su historia algo de territorialidad, claro, pero parecía que no sólo. Poco a poco se quedó viejito y se le pasó la fogosidad, pero que le quiten lo bailao.

Valki tenía ciertas malas costumbres, como tirarse pedos con ruido o eructar. Comía avispas y cuando bebía agua y estabas a tiro venía a mojarte con sus barbas chorreantes. El jardín era su territorio, y si te tumbabas en la hamaca a dormir en verano, primero venía contento y te echaba el aliento y luego se encaramaba y se te tumbaba encima a lamerte la cara y a dormir también, no había nada que hacer, toda resistencia era inútil.

Ahora se ha ido. No más gruñidos de gustito cuando le rascabas el lomo. No más barbas mojadas de repente en medio de tu siesta. No más pedos con ruido de los que él mismo se asustaba a veces. No más miedo en las tormentas o con fuegos artificiales...

Nos quedan, eso sí, todas esas imágenes de él, el recuerdo de cómo se enfadaba cuando lo regañabas, o de como parecía sentirse ridículo y ofendido si te reías de él cuando mi madre le cortaba el pelo en verano. Y nos queda también la manera rara en que Roque ladra, manera que copió de él (sin mucho éxito, todo hay que decirlo).

Y yo intento no estar muy triste, intento aprender de un amigo su manera serena de asumir la falta de los seres que ya no formarán parte del futuro de su vida, pero 14 años de recuerdos son muchos recuerdos y algo duele...

Quizá ayudaría ahora tener un arrebato místico-romántico e imaginarlo corriendo por jardines sin vallas o algo así, pero a mí no me sale mucho... en fin, te echaremos de menos, Valki.

miércoles, 20 de septiembre de 2006

Las vallas no provisionales

De camino al trabajo desde mi casa (un total de algo más de un kilómetro quizás), el otro día conté 111 vallas metálicas amarillas de las que se ponen en las obras, 43 en la Plaza de París y el resto en la Calle Fortuny. Pero están porque haya obras, sino que están ahí permanentemente todo el año para evitar el paso de la gente a sitios determinados, como por ejemplo la Audiencia Nacional, el Tribunal de Cuentas o no sé qué organismos estatales.

No es de esperar que de la noche a la mañana, todas estas sedes tan importantes de la Administración se vayan a mover del sitio. Igualmente, es de suponer que es necesario cortar el acceso a los transeúntes o evitar el estacionamiento de los coches reiteradamente delante de las puertas o alrededores.

La pregunta es entonces, por qué somos tan cutres y no ponemos unas vallas permanentes, con algún dispositivo que las mueva o las esconda en caso de que sea necesario, en vez de tener todo el día las vallas estas amarillas de aquí para allá, la mayoría rotas y del año 0, que hacen tan fea la ciudad.

martes, 19 de septiembre de 2006

Mi coche, me lo robaron


La primera parada. Castellana.

El otro día iba tranquilamente con mi Javi por la Castellana camino de una cita con nuestros amigos, cuando de repente fuimos requeridos en un control de rutina que estaba llevando a cabo un aburrido funcionario de movilidad. Que si enséñame el documento A, ahora el B, fíjate que el C te caduca en breve… cuando de repente, y cuando ya creíamos que teníamos todas las pruebas superadas (progresa adecuadamente), se le ocurrió contrastar la matrícula del coche con la de los papeles. ¡Y fíjate tú qué curioso!, que va y resulta que somos unos tránsfugas de la justicia y vamos por la vida con un coche que luce bien a la vista una matrícula que no es suya.

Los papeles administrativos y la rutina de un funcionario aburrido abnegado por la causa del transporte urbano, hicieron de esta experiencia matriculil algo difícil. Así que el que nos había parado, el mismo que había descubierto el fallo en la matrícula, empezó a llamar a gente y más gente, compañeros suyos también al servicio de la movilidad automovilística, para debatir el caso. Voy a omitir las conversaciones sesudas que allí se mantuvieron entre los agentes del orden, que no sabían si mandarnos a Chirona por delincuentes juveniles o hacer la vista gorda y marcharse a tomar unas cañas con los amigos del barrio. También es que pudimos confirmar que no tenían ni idea de qué hacer. Como siempre, en este país, las cosas nunca están claras y en ocasiones como esta, resulta que ves los verdaderos vacíos de la administración que se mezclan en estado de sublimación con la pereza intrínseca que debe dar tener un sueldo de por vida a la hora de realizar un trabajo a última hora de tu turno.

Pero bueno, terminamos siendo escoltados por amables policías hasta la comisaría más cercana, con el fin de que nos demostraran que tenían todo bajo control y que esto estaba chupado. Dos horas y media después, salíamos por la puerta de la comisaría sin coche, con un cabreo de dos pares de narices y con la fuerte convicción de que efectivamente, ser policía, llevar un arma y estar al mando del orden en este país, no requiere, por lo visto, ningún signo de inteligencia al menos exterior (para tranquilizar a los ciudadanos cuando estamos en sus manos más que nada). Por Dios, ¡que alguien enseñe a esa gente a escribir a máquina con más de dos dedos!

Segunda parada. Las Barranquillas.

El urbanismo en esta ciudad es de lo más agresivo. El hecho de que un trozo insignificante de terreno valga una millonada que no puede ni pagarlo una ortodoncia entera hecha de muelas de oro macizo, hace que un depósito de coches tenga que estar localizado en Las Barranquillas. Así que para allá que nos fuimos el lunes a recoger nuestro bólido del almacén temporal, con las matrículas buenas bajo el brazo y la remachadora en la maleta.

Llegar hasta allí no es fácil, y eso lo sabéis los que hayáis tenido que ir. Como buen lugar inmundo no existe para el ayuntamiento, y es mejor hacer como que no pensamos en ello para que desaparezca para siempre. Y si no existe, ¿para qué hacer carteles que indiquen cómo llegar? Nadie que no sepa ir ya por adelantado quiere ir a ninguna parte. Y si quieres ir, por si acaso eres de los malos, no te ayudan a conseguir tu propósito. Pero llegas, como a todos los sitios si te lo propones.

El mundo civilizado, en el que la gente ama y ríe, camina recta y mira al horizonte, acaba donde termina el buen asfalto. A partir de ahí, tienes que avanzar por un camino cochambroso que te advierte a cada paso que superar la barrera imaginaria siempre fue por tu cuenta y riesgo. Muros a un lado y a otro, camino estrecho, mucho barro y mucha, mucha, gente sin gente. Cuerpos enclenques, desafiando a la distancia, dirigiéndose hacia el poblado. Y camiones enormes circulando a toda velocidad, moviendo mucho aire al pasar.

El depósito de coches está ahí, rodeado con una valla con alambrada de pinchos sobre un muro de cemento altísimo. Dentro, unos miles de toneladas de chapa se amontonan bajo la mirada experta de guardas de seguridad. Oye, que yo vengo del mundo civilizado. Yo soy normal y no me merezco estar aquí, así que dame el coche rápido, por favor, que quiero irme a mi casa. Este lugar es muy extraño.

Y nos dieron el coche, pusimos la matrícula en el camino cochambroso con cuidado de que los camiones no se nos llevaran por delante y emprendimos la marcha hacia nuestra verdadera ciudad. Una ciudad en la que estas cosas de Las Barranquillas no pasan.

Mis amigas y el yonki-taxi.

El mal que pueden hacer los carteles en el bienestar social no está estimado por ningún indicador. Y es algo patente.

Tengo unas amigas que viven en la Glorieta de Embajadores y están hartas de la afluencia de toxicómanos a su calle, ya que se reúnen ahí para coger los yonki-taxis a Las Barranquillas. También pululan por ahí y se pinchan en los portales porque no tienen casas donde hacerlo. Los portales están a la vista de todo el mundo, y como mis amigas son mundo, pues los ven y tienen miedo. Yo las entiendo porque pese a que piensas que los pobres con esos brazos y esas piernas no tienen fuerza para nada, ellos cuentan con el arma de la impresión que te da, que anula por completo tu baza del ratio músculo-suyo/músculo-tuyo.

Pero ya he descubierto el misterio, porque he bajado a las catacumbas de Madrid. Y es que desde Las Barranquillas, los únicos carteles que te indican, dicen “c/ Embajadores”. No hay más que seguir las indicaciones. Y si las sigues, pues llegas a la casa de mis amigas y les das una alegría si eres tú o les das un susto si estás puesto de todo.

jueves, 14 de septiembre de 2006

Frío, resfriado y ganas de ná!

Estoy leyendo la Ciudad de los Prodigios de Eduardo Mendoza y me deprime me deprime me deprime y ya está.

Ya sabía yo que este mundo era un asquito, pero tener 475 paginas de un tío sin escrúpulos como protagonista y espiar sus acciones noche tras noche me pone triste y me cabrea. Para ver lo descarnado que es el mundo me basta leer el periódico (si quiero que además de parecerme descarnado me de nauseas me basta con leer dos periódicos). En fin, ya me queda poco, sólo 50 páginas de sufrimiento más y cuando acabe quiero lanzarme en los brazos cálidos de un libro positivo y optimista. Lo tengo un poco chungo, claro, porque los libros que me esperan en la mesilla de noche no tienen pinta de ser la alegría de la huerta precisamente: El extranjero, de Camus, A sangre fría, de Capote... Quiero más libros de la familia Malausenne (de Daniel Pennac) o más Historia del amor, Morena, socorro!!!

martes, 12 de septiembre de 2006

Oficina para todos

He realizado una encuesta sobre mi estado de ánimo actual. Os animo a contestarla (en algunas se puede pedir una multirespuesta):

1. ¿Te aburres en la oficina?
a. sí
b. soy una pelota y no me aburro nunca
c. no tengo vida y mis amigos de la ofi son mi familia

2. Crees que las vacaciones han sido pocas porque...:
a. no me ha dado tiempo a tostarme
b. soy maravillosa y me merezco mucho más
c. tengo mala memoria y ya se ma han olvidado

3. Tu sensación en la oficina es:
a. esto no va conmigo
b. al estrés, fuera bicho, fuera.
c. estoy como pez en el agua

4. Tu forma de evadirte es:
a. pienso que internet me llevará a la salvación en este trimestre
b. pienso que este invierno renuevo mi vestuario de oficina
c. pienso que mientras estoy aquí no como y reduzco celuloide

5. Nada más llegar siempre piensas en:
a. cuando suene la señal quedarán 7 horas y 29 minutos para la salida
b. ¡a por las tareas pendientes!
c. las vacaciones de navidad están a la vuelta

viernes, 1 de septiembre de 2006

Sueño a secas


Hoy la cota del sueño súbito ha descendido considerablemente, con lo que los trabajadores del mundo pueden llegar a alcanzarla con facilidad y sin esfuerzos. Los síntomas pueden ser: decaimiento, pesadez, párpados como plomos, acortamiento de la visión, disfuncionalidad en las tareas básicas (tragar saliva, cerrar la boca, abrir los ojos…), comprensión verbal procedente del exterior mermada.