martes, 26 de abril de 2005

Saturday night fever


Allí me colé y en tu fiesta me planté, coca-cola para todos y algo de comer…

Entro en la fiesta, sola ante el peligro porque mis compañeras se han rajado en el último minuto. Dios, espero encontrarme a alguien con el que poder charlar nada más llegar. La idea de tener que quedarme sola merodeando y pidiendo a gritos un poco de compasión humana me espanta. Es peor que el sueño en el que te presentas en público con una falda corta y las piernas sin depilar. Veo a Mónica. Está súper guapa. Le doy el regalo.

Entro, oteo el panorama. Todo borroso por culpa de mi miopía galopante. Pero bueno, diviso a alguien. Me acerco y abordo al semiconocido para su gran sorpresa. Habla, Laura, habla. Llena el vacío y no le des tiempo a pensar. Mientras tanto por el rabillo del ojo, le veo. Ha venido. Subidón. Respira hondo. Tranquila. No me atrevo a acercarme. ¡Qué corte! Si casi no le conozco aunque le piense a menudo. Bueno, date tiempo. Sigue hablando.

¡Me lo encuentro! ¡Madre mía!, menos mal que estoy roja por el sol. Se me corta el grifo de las ocurrencias mentales y noto las neuronas atropellándose unas con otras. ¡No, ahora no, capullas! ¡No me hagáis esto! Empiezo a rajar a la deriva, sin ningún atisbo de inteligencia guiando aquella verborrea. Lo cual se refleja irremediablemente hacia el exterior. Bien, ahora que he quedado como una subnormal en los primeros cinco segundos, ya no puedo caer más bajo así que relaja. Voy a bordo del barco “tierra trágame”. ¡Dios!, ¡qué guapo está!

Decido ahogar mis penas en el agüita de Valencia. Me temo que la noche va a ser larga y curiosa. Me bebo uno. Me bebo otro. Y por si acaso, bebo otro más. Le hablo. Ahora se va. Ahora vuelve. Le vuelvo a hablar. Interacciono con sus amigos. Mmmm, creo que no me hace ni puto caso. ¡Ay, por favor, qué risa más grande! Me duele la tripa. Le controlo como si tal cosa, haciéndome la que no me importa. ¿Qué demoños hago yo aquí en la fiesta más sola que la una? Risas. Bebo más. Le digo al de la fiesta que me gusta su peluca y resulta que es su pelo natural. Ups. Él se ríe. Y yo que creía que no se podía caer más bajo… Pasan pastel de marihuana. Buf, ni de coña, Laura. Te tengo controlado, corazón. Risas y más risas. Hablo con otros que también me hacen reír mucho. Efectivamente, no me hace ni caso. Doy unas vueltas. Por Dios, por lo menos me estoy riendo un rato. Uno me canta al oído con ojos alicaídos. Argggg, ¿cómo salgo de esta? Vuelve mi amor nocturno. Risas con todos. Le hablo. Se va. Buf, qué cansado es esto. ¡Qué pereza! Nooooo, el cantante susurrador vuelve al acecho. Él se sienta cerca. Se ríe. Babeo. No hay nada que hacer.

Decido que es hora de irse. Espero a que se me pase el zolocotón sentada en un taburete. Repasa de mí. Todavía nos quedan algunas risas. Nos vamos todos a la vez, él y sus amigos. Nos despedimos en el portal. Beso y beso. Ni mención de acompañarme ninguno al coche. Son las 5 y pico de la madrugada y voy sola a buscarlo. Repaso mental de la noche: qué bien me lo he pasado y que poco le gusto. Una de cal y una de arena. ¿Y ahora? Pues esperar a que se me pase o confiar en el destino.

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