lunes, 4 de abril de 2005

Cualquiera lo diría


Cualquiera lo diría. Uno tiene las revelaciones sobre su propia persona cuando menos se lo espere y es así que yo, yendo a rehabilitación todos los días, me he dado cuenta de que estoy hecha para obedecer. Con todo este carácter, con toda esta mala leche que de vez en cuando se me escapa, en realidad he nacido para acatar órdenes de forma sumisa y tranquila. Y esta certeza se me ha revelado entre camillas de skye y jovencillos de bata blanca al mando de aparatos y máquinas infernales electrocutantes, infrasónicas y microóndicas. Un sitio al que quizás nunca habría ido a buscar la respuesta a esta pregunta.

Resulta que cuando los pacientes vamos llegando a la rehabilitación, pues esperamos a que las máquinas se vayan quedando libres para empezar con el maratón de todos los días. Y hay gente de esta súper dispuesta que en seguida se hace al mando de su propia situación y casi casi da órdenes de dónde y cómo tienen que ponerle la máquina o hacia dónde tienen que enchufarle las ondas los fisioterapeutas de guardia, pasándose por el forro la opinión experta y los años de formación que llevan a sus espaldas. Y yo llego ahí, me siento en una silla y me pongo a leer. Que si una máquina se queda libre, espero a que alguien me diga que la ocupe, pese a que las marujas de turno me insten a tomar la iniciativa y a ponerme yo por mi propio pie, sin consulta alguna al personal del centro.

Y a mi me ponen nerviosa, me ponen de los nervios, y hago que leo como si me fuera la vida en ello mientras miro por el rabillo del ojo a la permanentada de al lado que me mira con desesperación. “Señora, que me lo tienen que mandar, que si no yo no me muevo, ¡leñe! Déjeme en paz con mi ausencia de iniciativa y no me toque la moral. Siéntese y disfrute que se le va a contracturar la cervical y luego viene el animal de bellota aquel que la mira desde la esquina a meterle mano al músculo y dejarla para el arrastre. Calle que nos descubren con nuestras dolencias. Usted limítese a obedecer. Señora, yo paciente y él fisioterapeuta. O lo que es lo mismo: yo Jane y usted, Chita”

Y espero a que alguien se me acerque y me invite con una palabra dulce a sentarle en el potro de tortura. Y yo me siento tranquila, porque todo tiene su orden, porque sé que ellos controlan la situación y yo soy un mero objeto animado que manipulan a su antojo. Es decir, me siento bien obedeciendo sin pensar. Así da gusto que la electrocuten a una, la radien con microondas malignas o la rompan lo poco que le queda entero con los infrasonidos del demonio.

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