lunes, 3 de octubre de 2005

En activo


Bueno, ya estoy en casa de nuevo. ¡Qué bien! Aunque no suene muy bien decirlo, pues tenía ganas de volver y de estar en casa. Sí, sí, como os lo cuento. Tenía ganas de irme de Praga, donde estaba en una conferencia con los gastos pagados por mi jefe llena de gente interesante de otros países donde se podía hacer miles de contactos. Quería volverme a la patria. No quería viajar. Y me da igual que suene totalmente snob y pedorro. Viajar no siempre es interesante, aunque para ser progre haya que decir lo contrario.

Podría haber aprovechado el tiempo para perderme por las calles de la ciudad vieja y respirar el misticismo embriagador que desprende el romanticismo praguense. Haber aprovechado el viaje para encontrarme a mi misma, reflexionando sobre mi devenir mientras saboreaba una taza de humeante café en un bar perdido entre sus callejuelas estrechas. Y yo me digo que a hacer puñetas con todo eso. ¡A la mierda! Ni me gusta andar sola, ni quiero pensar más de lo que lo hago, ni me apetecía hacer amigos y sobre todo, no me gusta el café.

Cuando estoy sentada en un sitio sola más de media hora, sin nada que hacer y teniendo en cuenta que el tiempo estimado que me ha llevado beberme el te/cocacola/zumo es aproximadamente de 10 minutos, me invade la pena. Debe ser que:

a) no soy progre
b) tengo una vida interna muy pobre
c) soy sociodependiente
d) no tengo imaginación
e) soy de las que creo que todas las acciones tienen un fin
f) nunca me ha parecido relajante parar y dejar pasar el tiempo, sino todo lo contrario
g) huyo con frecuencia de mi misma

Cada uno es como es. Y las cosas que no me gustan de mí, pues intento cambiarlas. Pero, ¿para que voy a forzarme a que me guste estar más sola que la una en una ciudad extraña con un frío de pelotas? Aunque también, he de decir que es cuestión de momentos, supongo.

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