jueves, 5 de mayo de 2005

Matrimonios gays vistos por una morena


Yo también me pregunto por qué la Iglesia tiene que opinar sobre cosas que no le incumben. Se nos olvida, señores y señoras, que vivimos en un país laico, cosa que parece que a muchos les cuesta aceptar. La Iglesia, es un club de amigos de ciertas personas que han decidido agruparse desde hace tiempo para practicar sus creencias y darle sentido a sus rituales, teniendo por supuesto todo el derecho del mundo a hacerlo como ellos quieran, cuando ellos quieran y de la forma que quieran. Pero no olvidemos que el Estado Español es, gracias a Dios (jajajaja), un estado aconfesional, en el que la Iglesia no cabe, sobre el que la Iglesia no debería tener poder y sobre el cual, la Iglesia no puede influir.

Me parece totalmente digno y maravilloso que la Iglesia esté en total desacuerdo con los matrimonios gays y que prohíba que sus socios se dediquen a este tipo de prácticas sexuales y se acojan bajo el seno de SU idea de matrimonio personas del mismo sexo. Pero un momento. Hasta ahí, todo está estupendo pero no entiendo por qué la Iglesia se hace la portadora universal del término matrimonio y se lo apropia a ella misma, como si fuera la que le da sentido y concepto a la palabra y no existiese fuera de su definición personal y concreta. La Iglesia ha tenido la suerte de poder homologar su título matrimonial con el título matrimonial que concede el estado (más o menos), de igual forma que si estudias en una universidad privada, puedes obtener un título reconocido por el Estado y desarrollar tu labor profesional en el ámbito geográfico del mismo de la misma manera que si hubieras estudiado en una universidad pública y te hubieras licenciado por la misma. Pero eso no quiere decir nada más que eso.

La palabra matrimonio carece o debería carecer de un sesgo moral. Es simplemente un contrato formal entre dos personas que facilita la relación burocrática y administrativa entre las mismas. El que unas personas, entre las que me incluyo, confieran a ese tipo de compromiso una carga emotiva y personal más allá del simple trámite es una opción personal y de cada uno de nosotros, que no es objeto de regulación por ningún Estado y no se debe poner en tela de juicio ningún sentimiento en ninguna de las leyes que lo regulan. Eso no es objeto de las leyes. Lo que como ciudadanos le pedimos al estado laico en el que nos hallamos, es que regulen de alguna forma y ordenen la vida social, sin atenerse a juicios moralistas. El estado no puede erigirse como juez moralista en los acontecimientos que en la sociedad se desarrollan, y mucho menos en las relaciones humanas, sino que debe, porque así se lo exigimos muchos, dar salida a las realidades que surgen y emanan de la sociedad española, les gusten o no les gusten, porque están ahí y hay que ordenarlas para el bien de todos (por favor, abstenerse de frases panfletarias y demagogas que suscitará este tipo de comentario. Por supuesto que, por mucho que la gente exija los asesinatos en masa, el Estado ha de velar por la seguridad de los muchos sobre las exigencias de unos pocos).

Sobre todo, me alucina que la gente de la Iglesia o más conservadora, se levante airada ante este tipo de iniciativas que hacen de nuestro país un país moderno, que da la cara ante las inquietudes y las necesidades sociales tan difíciles de abordar, que da un paso adelante por los derechos de gente que ha estado humillada y olvidada por todos durante tanto tiempo… cuando es algo que no veo por dónde les afecta. El matrimonio por la Iglesia, tal y como ELLOS lo entienden y como ellos lo interpretan, no dejará de existir y no perderá fuerza con esta nueva ley, al igual que no le resta validez y significado que alguien que se case por la Iglesia acabe pegando a su mujer y descuartizándola en el cuarto de la lavadora. Son cosas totalmente individuales y eso es lo bonito, que cada uno le da el significado interno que precisa o que le viene en gana. Es una opción que va mucho más allá de las formas, es íntima, personal, individual, bonita, reflexiva… y lo que hagan los demás, por mucho que sea diferente a lo que nosotros hacemos, no le quita importancia.

Cada uno somos libres de tomar nuestras propias decisiones al respecto. Dejemos entonces que otros tomen las suyas y no nos sintamos afectados porque sus elecciones sean tan diferentes a las nuestras. Ninguna persona que no quiera se tendrá que casar con una persona del mismo sexo, pero no por ello, deberíamos impedir que lo hagan otras que así lo desean. No es tu idea de matrimonio quizás, no lo comprendes posiblemente, pero no por ello es menos digno que la opción por la que tú has optado.

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