jueves, 10 de febrero de 2005

Lecturas


Ayer, cuando me metí en la cama, me pasaron un montón de cosas. Resulta que me pasé un rato por la librería de los Sempere y claro, aluciné con lo del relojero. Luego salí por Barcelona porque había quedado con ella en el claustro. Pero entonces él, va y le cuenta lo del cara cuero y yo, ¡¡¡noooooo!!!!, loco, es sólo un lío de faldas, ¿qué haces, infeliz?. Pero Daniel no me escuchaba y encima la lleva y le cuenta también el secreto de los libros. Y no hay nada más que hacer y se presentan en el cementerio. Alucina, vecina. Es que está estresado por cómo se complica cuando va a ver a la hija y descubre donde vive. Joder, no me extraña que tenga miedo a Tomás porque su vida es un paralelismo. Sigue investigando. ¿Por qué le ocultaría lo del aparado de correos? Eso fue un shock para los dos, para Daniel y para mí. No me lo esperaba de ella. Será…, mira tú la mosquita muerta.

De verdad, el que no encuentre pasión en la lectura, es que está muerto. O tiene un problema grave. Cuando me encuentro a alguno de esos especimenes que no se han leído un libro en su vida, me da como claustrofobia. Debe ser un horror no haber dejado de ser nunca uno mismo.

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