domingo, 20 de febrero de 2005

Cine


Me puedo definir como una persona altamente llorante. Y normalmente, el máximo esplendor de esta peculiar particularidad de mi persona se manifiesta en el cine, un lugar lleno de personas que comparten conmigo amablemente y sin remedio los pormenores de mis lágrimas durante la peli completa si es necesario. ¡Que una tiene llanto para dos horas y mucho más si se tercia! Podría ser una de esas aficiones que se practican en solitario pero no, a mi me ha dado por la cosa del llanto y además suelo practicarlo como nadie en público con ahínco y dedicación. No me funciona eso de “dale Laura, échate unas lagrimitas ahora y así te vas al cine bien llorada, alma cándida”. La producción de lloro salino alcanza cotas inhumanas en mi caso. Dios, ¡si hasta he llegado a llorar con el trailer del rey león! Eso deja sin lugar a dudas, sin argumentos a cualquier lector escéptico.

El otro día, por ejemplo, fui a ver la película “Million dollar baby” (se aconseja al lector que no siga leyendo si no la ha visto y tiene intención de) y bueno, puede decirse que llorar lo que se dice llorar, lloré un rato. Como a la media hora ya estaba la bola en la garganta, presagio inconfundible de lo que se estaba gestando dentro y de lo que estaba por llegar. Aturdida porque creía que había ido a ver una película de golpes, puñetazos y sangre, a los 45 minutos ya estaba pidiendo a mi madre un suplemente de pañuelos para intentar luchar con dignidad contra la mezcla de fluidos corporales y gravedad, cosa que hasta el momento había estado cumpliendo con éxito con un simple sorber. A la hora, ya todo era un dejarse llevar, resignada a que lo que tuviera que pasar pasaría porque sí, porque el cine es así.

Y yo me digo que cuando sea mayor, pues lo mismo hago una peli inversa. Una película en la que se empiece llorando y en la que las personas que como yo nos dejamos embeber completamente por lo que estamos viendo, no tengamos que preocuparnos de que queda poco para el final y hay que ir frenándose a uno mismo. Poder pensar eso de “tú llora, que todavía te queda rato”. Planificar tranquilamente un carril de deceleración en la que tomarte el camino hacia la recuperación emocional con calma y progresivamente y no una zona de frenado rápido que te sorprenda con un encendido de luces. Que luego se te queda todo dentro.

2 comentarios:

maria dijo...

que pasa loca que tal

maria dijo...

venga contesta loca