Este finde ha tocado reforma. Teníamos un montón de tareas pendientes en casa y nos hemos plantado ante la desidia. Que lo vamos arrastrando, y arrastrando, y arrastrando... y al final los quehaceres sin hacer nos arrastran a nosotros.
Así que nos hemos puesto manos a la obra y hemos recogido y organizado los armarios. ¡Ay madre lo que hemos tirado! Que de repente me ha dado el síndrome de Diógenes al revés y no paro de tirar y tirar. Claro que de todas las cosas útiles, me ha sido difícil elegir cuál era la que no necesitaba: ¿un termo vietnamita enorme con unas flores horribles? ¿un especiero de IKEA desmontado y sin algunos alambres ya? ¿un juego de rol sin fichas? ¿una tabla de madera laminada en gris? ¿una caja entera con folletos de todos los espacios naturales de España?
También hemos pintado el baño. Un experimento interesante que todavía está en el horno pero que tiene buena pinta. Y hemos ido a Leroy Merlin a comprar una caja de herramientas toda chula con miles de cosas dentro. Ir a este tipo de tiendas con un carpintero es la leche. ¡Me ha dejado comprarme un destornillador eléctrico monísimo que cuando funciona sale luz! ¿Sabéis que si entiendes la etiqueta te dice muchas cosas del producto? Sobre todo si va a ser capaz de enroscar un tornilllo de chichinabo en una tabla o es de juguete. Increíble.
También hemos montado la cuna de Manuela y organizado más o menos el cuarto. Que no tiene nada, pero organizar la nada también es un acto de indiscutible proeza. Ahora solo le falta el resto para ir rellenado, pero eso ya lo haremos con el tiempo.
¡Ay!, que estoy matá.
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