Antes de ayer se me murió, de muerte natural, mi perro Valki. O mejor dicho, nuestro perro Valki. O mejor dicho aún, el perro que vivía con nosotros: Valki.
Valki nació en casa de mis padres cuando yo todavía vivía allí, hace unos 14 años.
Valki era grande, de color marrón y negro y tenía una barba como la de la pantera rosa.
Valki tenía un aire tonto y simpático, hacía ruidos como de gato y tenía un aliento horrible.
Vivía en el jardín, dormía en un hueco debajo de la casa y siempre intentaba escaparse cuando uno entraba en la parcela, especialmente cuando uno venía cargado de bolsas de la compra, maletas, mochilas, bombonas de butano, etc. Aparentemente su intención no era huir para siempre, sólo parecía querer ir a darse una vuelta, revolucionar a todos los perros del barrio y volver hecho polvo a beberse toda el agua de su barreño.
A lo largo de su vida casi no aprendió ningún truco (quizá los encontraba denigrantes, como yo, o sencillamente poco interesantes). Muy a menudo pasaba de sentarse o de dar la pata cuando se lo pedías, pero lo mejor que hacía, o que no hacía en realidad, era lo de traer un palo. Si tu le tirabas un palo, él iba al lugar en el que aproximadamente había caído, buscaba un poco, y si no lo encontraba te traía otro palo cualquiera. Yo siempre encontré eso genial, como si le diese la vuelta a todo el truco, como si al que le interesase el palo fuese a ti y no a él. Quizá tenía razón y a mi me parece que con ello expresaba una sinceridad de la que otros perros no son capaces: -“¿todo esto del palo para qué?" -parecía decir- " quieres uno, pues ahí tienes este”.
En las veces en que salí al campo con él, nunca se alejaba demasiado de mí, y si desplegaba el mapa para orientarme, sentada en el suelo, él venía rápidamente, se tumbaba sobre él mirándome con un aire medio inocente medio de triunfo.
Los niños pequeños y él se generaban curiosidad mutuamente. Más saltaban los niños al verlo, más saltaba él. A veces les ladraba, pero no para asustarlos, sino de puro nerviosismo. Los olisqueaba y los empujaba un poco con el hocico, para estudiarlos un poco, pero nunca se portó mal con ninguno.
No supimos nunca que podía ser fiero hasta que nos dijo el cartero que a veces le daba miedo.
Es difícil saber si tuvo una vida plena, pero creo que en general fue feliz: comía bien, corría siempre por el jardín y se reprodujo al menos una vez con la perrita de un señor (es cierto que no es mucho, pero algo es algo). Años más tarde mantuvo una relación de “algo más que amistad” con Roque, el otro perro que vino a vivir con nosotros después que él. Había en su historia algo de territorialidad, claro, pero parecía que no sólo. Poco a poco se quedó viejito y se le pasó la fogosidad, pero que le quiten lo bailao.
Valki tenía ciertas malas costumbres, como tirarse pedos con ruido o eructar. Comía avispas y cuando bebía agua y estabas a tiro venía a mojarte con sus barbas chorreantes. El jardín era su territorio, y si te tumbabas en la hamaca a dormir en verano, primero venía contento y te echaba el aliento y luego se encaramaba y se te tumbaba encima a lamerte la cara y a dormir también, no había nada que hacer, toda resistencia era inútil.
Ahora se ha ido. No más gruñidos de gustito cuando le rascabas el lomo. No más barbas mojadas de repente en medio de tu siesta. No más pedos con ruido de los que él mismo se asustaba a veces. No más miedo en las tormentas o con fuegos artificiales...
Nos quedan, eso sí, todas esas imágenes de él, el recuerdo de cómo se enfadaba cuando lo regañabas, o de como parecía sentirse ridículo y ofendido si te reías de él cuando mi madre le cortaba el pelo en verano. Y nos queda también la manera rara en que Roque ladra, manera que copió de él (sin mucho éxito, todo hay que decirlo).
Y yo intento no estar muy triste, intento aprender de un amigo su manera serena de asumir la falta de los seres que ya no formarán parte del futuro de su vida, pero 14 años de recuerdos son muchos recuerdos y algo duele...
Quizá ayudaría ahora tener un arrebato místico-romántico e imaginarlo corriendo por jardines sin vallas o algo así, pero a mí no me sale mucho... en fin, te echaremos de menos, Valki.