Y Dios decidió crear los seres pluricelulares. Para ello ideo un tubo, con dos extremos abiertos. Por uno entraría el sustento, por otro saldrían los restos, puaf! y observándolo vio Dios que era bueno, y lo llamó tubo digestivo.
A partir de este tubo, origen de la vida, laberinto energético, engranaje perfecto, Dios creó diferentes criaturas:
Rodeó el tubo de carne blanca y escamas, de ojos saltones y boca para hacer pompas y lo llamó pez.
Lo rodeó de carne roja y melena al viento, de uñas, dientes y desplante y lo llamó león.
Lo rodeó de mirada líquida y nariz curiosa, de pelo corto y cola larga y lo llamó hámster.
Lo rodeó de neurosis y lo llamó Guisante…
Y Dios observó su obra, pestañeó un poco y en realidad ya no estaba muy seguro de si el resultado era bueno o no, pero lo dejó estar… ¡será vago el tío!
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