
Estoy haciendo un experimento con el pollo que me voy a comer hoy. Resulta que ahora que somos tan modernos, el pollo para asar de corral viene con un kit para preparar pollo al ajo. Este kit consiste en una bolsa profiláctica de algo parecido al plástico, pero que no se derrite con el calor, y unos polvos de olor indescriptible que hay que meter junto al pollo de cuerpo presente en la bolsa para después remover y que se impregne todo bien. ¿En qué momento esto me ha parecido una buena idea? Pues claramente en uno que no tenía el hambre que tengo ahora y en el que la idea de comerme semejante plato era lejana, como la vejez.
Dice que hay que dejarlo 75 minutos y ya solo me quedan 15. He ido a mirarlo una vez desde que le he introducido en el horno y la bolsa sigue entera y el pollo crepita en una salsa de dudosa calidad culinaria. Eso sí, os digo que para dentro que va, que no estoy para hacer algo diferente.
El caso es que esto es de coña. Resulta que, sensibilizada contra las hormonas y la vida mísera que les dan a los pollos de granjas acinadas, me gasto las perras en un pollo ecológico, que luego cocino envuelto en un material que parece desarrollado por la NASA (y que no creo que sea inerte) y condimentado con un montón de polvos de lo más sintético, alejados varios escalones de la cadena trófica natural. Pero, ¿cómo puedo ser tan absurda?