viernes, 10 de noviembre de 2006

Post inéditos de un guisante en Corea I

Pues resulta que esta mañana, revisando entre mis papeles y cosas, me encuentro un cuadernillo con notas que tomé en mi viaje a Corea del Sur el año pasado, con la idea de escribirlas luego aquí, y se me olvidó. Así que ahora me dispongo a rescatar algunas de ellas.

El link a los post que sí puse está aquí.

ON-SU-RI

La estadía en el templo ha sido interesante, aunque fue algo aventuroso llegar. La parte del metro la hicimos bien, y también cogimos el bus correcto, pero ya en la recta final, con tantos logros a nuestras espaldas, nos pasamos la parada y acabamos no se muy bien donde.

El bus merece descripción a parte. En si era normal, tirando a viejo, así un poco tambaleante, sobre todo si se tiene en cuenta la velocidad brutal a la que conducen los coreanos. Nos sentamos en primera fila como buenos turistas pardillos y le dijimos varias veces al conductor “ON-SU-RI”, que era el nombre de nuestra parada, y él asentía con la cabeza como diciendo “que si, que ya lo he entendido” y nosotros: “ON-SU-RI, ON-SU-RI” y venga a sonreir...

El conductor arrancó el bus, y se agarró con determinación al volante gigante con unos guantes de algodón blanco. Del retrovisor colgaban muchas guirnaldas y muñequitos y eso y en un semáforo, para darle ambiente a la cosa, mete una cinta de Neil Sedaka en el radiocasette y se pone a cantar en inglés de la misma manera en que yo adolescente cantaba cosas como “guorrrrrrddss don camisi tu mi...”.

Antes de cada parada, con sus guantes blancos, cogía el micrófono y decía el nombre de la parada. “Esto es pan comido” pensé yo, pero por si acaso me acerqué a él y le repetí “ON-SU-RI” y él me miró con desconfianza.

De pronto, en un pueblo cualquiera para, se baja todo el mundo menos nosotros, y sigue conduciendo hasta el deposito de autobuses... oh oh...

Entonces yo, inasequible al desaliento, le pregunto: “ON-SU-RI?” y él abre unos ojos muy grandes y gesticula y me dice en perfecto coreano algo como que era la parada anterior, que hay que bajarse, que está muy lejos como para ir a pie, que qué vamos a hacer ahora...

“Taxi?” pues qué remedio...

Justo cerca hay una especie de estación de taxis, una oficinita en la que nos sentamos y esperamos. La oficina era un cuartito con sofás, mesa, teléfono, televisión, ventilador y pescado puesto a secar colgando de un fluorescente...

Y yo necesito un café... me acucia de pronto toda mi occidentalidad de golpe, ¡basta de té! ¡café, café! En la puerta de la estación de taxis hay una máquina que parece de café, pero ¿como saber qué botón apretar? Todos tienen etiquetas que acaban en una palabra que se transcribe KOPI, café (los coreanos no consiguen pronunciar la F y la pronuncian P). Kopi esto, kopi lo otro... no entiendo, pulso un botón al azar y es un kopi horrible sin azúcar... me está bien empleado, por ponerme tan terrenal antes de ir a un templo budista.

Y allí seguimos un rato, espera que te espera, nosotros y el pescado seco, a la luz de un fluorescente de estos que parpadea.

Finalmente el taxista llega y yo me abro paso guía en ristre para decirle, con la ayuda de la sección de frases, que queríamos ir al templo de meditación del loto. Él, con una sola mirada me deja claro que mi frase se parecía como un huevo a una castaña a lo que yo quería decir en realidad. Se lo enseño por escrito y nos lleva ¡Genial!

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