jueves, 2 de noviembre de 2006

La hora que no existe

El domingo pasado cambió la hora. Siempre tengo una montaña de sensaciones cuando cambian la hora: cuando me “quitan” la hora lo odio, siempre es una hora de sueño o una hora de amor o una hora de bailar o estar con amigos que alguien me roba.

Desde aquí propongo una movilización general para que la hora, en lugar del sábado-domingo la quiten el lunes por la mañana. Estoy segura de que entrañaría ciertas complicaciones pero la gente estaría dispuesta a hacer un pequeño esfuerzo con tal de que el lunes a las 11 de pronto fuesen las 12 y quedase menos tiempo para salir del trabajo.

Cuando me “dan” la hora, por lo general me gusta. Duermes más, bailas más, amas más... esta vez, sin embargo fue agridulce porque esperé más. Venían a verme de lejos en tren. Qué desespero, qué arrastrarse innoble de minutos, incluso de segundos, despaaaaacio despaaaaacio... y de pronto, golpe cruel del destino, cambio de hora. De vuelta a la casilla de las dos. En mi inocencia creí por un momento que llegarían a verme antes, una hora antes, pero no. Increíble revelación, señoras y señores, los trenes del mundo paran en el cambio de hora, cada uno en su vía, en la noche, en el medio de algún sitio y esperan una hora enterita con todos sus pedazos. ¡Qué desespero! pero ¡qué belleza! todos esos trenes parados en la noche durante una hora que no existe...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es verdad, es bonito imaginar todos esos trenes quietos en el tiempo de nadie. Hora sobrante.

Pero en el cambio de primavera, cuando nos quitan la hora ¿pasarán los trenes veloces como alma que lleva el diablo, para salvar esos sesenta minutos, los viajeros pegados al respaldo cruzando fronteras, en una inconsciencia que no habrán de recordar,
para adecuarse al nuevo horario?
¡qué lio organizar esto!

El guisante pensante dijo...

Es cierto, no lo había pensado, qué harán en primavera? hay que organizar un viaje en tren para estudiarlo...