jueves, 23 de junio de 2005

Azafata de congresos III


Todo tiene su recompensa en la vida. Estar de pié durante ocho horas con unos zapatos que hace que se te monte el juanete del dedo gordo con el callo del meñique y se te clave el tacón en todo el talón mientras las piernas te dan calambre por falta de actividad cerebral, merece la pena cuando el sufrimiento te permite ver a nuestra mismísima SAR, de modo que prácticamente puedes darle una colleja al rey a su paso por el pasillito de la sala (en parte porque tiene la cabeza muy grande y tentadora y en parte por haber organizado semejante sarao y necesitar azafatas de congresos para el evento). Sí, sí, como os lo cuento: al rey en persona, con su frenillo y sus perros escolta. Al rey, con su extraño andar y su dulce caminar.

Todo ocurrió cuando Paula y yo, por algún extraño artilugio de nuestra inteligencia, decidimos hacer bien nuestro trabajo y no perder el curro que, en estos momentos, nos da de comer. Denigrante curro, sí, pero remunerado. Así que hemos batido el top-hit de ranking de azafatismo y ahora nos hemos consagrado, con dos eventitos de nada, en unas veteranas del reparto de documentación, la retahíla constante de frases de forma automática mientras sonríes y el control de tarjetas identificativas a la entrada de auditorios. Ni más ni menos, ni menos ni más.

Así que nuestra jefa de azafatas decidió que no podía prescindir del dúo sacapuntas en este congreso tan importante en el que asistía la casa real, y para allá que fuimos la Pauli y yo el miércoles a desempeñar tamaña función laboral con nuestra ya conocida chaqueta verde eléctrico autofriccionante y el pañuelo dos aguas (que se me ocurrió meter en suavizante la noche anterior y que pasó a tomar por ello unas dimensiones de esponjosidad inesperadas que triplicaron su ya de por si enorme tamaño para mi desgracia. Era difícil de dominar semejante fiera, inerte pero corrupia).

Si ya en sí mismos, los congresos se han configurado en nuestra vida como un excelente campo de muestreo y ensayo de la variopinta fauna que camina por el globo, este fue ya de campeonato y la toma de datos ha sido altamente productiva. Para empezar, diremos que no os podéis imaginar el despliegue de medios que existe cuando un rey, véase Juan Carlos I, va a algún sitio público. Antes de que se haya bajado del coche, los miles de guardaespaldas llevan horas olfateando papeleras, chequeando a la peña, controlando horarios, dando órdenes… y el menor contratiempo, supone una crisis total que puede llegar a provocar paros cardiacos. El miércoles teníamos al frente a una copia mejorada de la teniente O’Neil y poco le faltó para rodar por la sala y reptar hasta su puesto con el walkie en la boca. Mucho me temo que llevaba machetes sujetos con la tira del tanga y que de habérsele caído un ojo en la sala, todos hubiéramos descubierto que en realidad, era toda acero y cables. ¡Menudo estrés de tía!

Nos pasamos toda la mañana pidiendo invitaciones a los asistentes, pidiéndoles que se sacaran los objetos metálicos de los bolsillos y cuando ya estaban todos dentro, nos colocaron al mando del puestecillo de libros gratuitos que regalaban los organizadores. ¡Ay, cuán mísera es el alma humana que, con sujetacorbatas de oro, rolex en la muñeca y pluma mont-blanc en el bolsillo de la chaqueta Ralph Lauren, nos empuja a pegarnos por aquello que no cuesta, pese a que la azafata te diga una y otra vez, que puedes dejar de meterle el codo en el ojo al gerente de cualquier multinacional o arrancarle los pelos al representante de importante compañía en España para adquirir un ejemplar de un libro caducado porque pueden bajarse de internet y además, si quieres, te lo envían a casa sin coste rellenando un formulario! Todo es inútil. La mezquindad no entiende de clases…

Pero bueno, lo pasamos estupendamente en el fondo y vimos al rey, que era lo importante y algo que no pasa todos los días. Una anécdota más que contar. Nos reímos un rato y luego, se nos saltaron como de costumbre las lágrimas camino de vuelta en el autobús rememorando la mañana y comentándoselo a mi madre en la comida cuando volvimos a casa. Ante todo, buen humor en la vida. Como me alegro de que Paula me acompañe en estos viajes porque sin ella, esto no sería ni la mitad de la mitad de soportable.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Yo también vi al rey una vez.

Fué en la plaza de las ventas el año pasado y aproveché para saludarle con borbónico gesto de la mano.

Tengo foto del acontecimiento, por si algún día me preguntan que significa la palabra caradura.

K