Me gusta, por que es a velocidad de cerebro. En realidad, la velocidad de mi cerebro quizá se ajuste más al paso de burra o al monopatín, pero sigue estando más cerca de la del coche que de la del avión.
Viajando en avión uno cambia de país en cuanto hace la cola para embarcar. Si se viaja a España la cola es un caos desde el principio, muchos gritos, mucha vida. No importa si nos dicen por los altavoces que primero embarquen los pasajeros de la fila 15 a la 20, vamos todos a mogollón. Si se viaja a Escandinavia, la cola está muy bien definida, es silenciosa y organizada. La gente tiene preparada la tarjeta de embarque, sólo el equipaje de mano permitido y no se apretujan, ni hacen cola antes de que llamen a embarcar.
Viajar en avión es una bofetada de “cultura”, demasiado rápido, demasiado violento.
En coche uno va viendo cambiar el paisaje, las señales de la carretera, en las que varía el tamaño o el sexo del niño que va cogido de la mano del señor con o sin sombrero, según el país. Va variando la fauna atropellada, y también los animales que amenazan con saltar sobre tu capó desde su triangulo rojo. Se pregunta donde está el baño en distintos idiomas, hay o no hay papel higiénico dependiendo de la zona, se beben diferentes cafés y se comen distintas patatas fritas.
Me gusta viajar en coche (de copiloto, claro).
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