lunes, 24 de enero de 2005
Lisboa
Este fin de semana he estado en Portugal y me ha gustado mucho. Me lo he pasado muy bien.
En Lisboa, las aceras y la calzada son de empedrado, pero no como el de aquí sino que dejan espacio entre medias. Yo creía que era para lo de aguantar más a las diferencias de temperatura y esas cosas, pero Sergio me ha dicho que en Lisboa no hiela. Es por lo del mar.
En Lisboa, un amigo de Nuno me dijo que en Madrid lo que le agobiaba era que el horizonte acaba muy cerca. Que no podía expandir la mirada al frente. A mi me impactó esa frase y se me ha quedado grabada en la memoria. Ahora también forma parte de Lisboa. Hice turismo por sus palabras. Y es verdad que en Lisboa hay sitios para mirar todo desde arriba. Y sientes que la vida es grande, grande.
En Lisboa hay un río enorme que para una mujer de secano como yo, parece a veces el mar. Si te abstraes me refiero. Y tienen un oceanográfico con una manta enorme, que me pasé horas mirando. No podía parar. Me senté en un banco, en frente de una pecera enorme, y me quedé hipnotizada. Ella es algo espectacular que me recuerda lo mucho que me gusta el mar (aunque solo de día porque por la noche, es una de las cosas que más miedo me da y no puedo pensar en ello). Y luego, cuando sales y entras, hay un techo de olas de madera en la que hay carteles que dicen cosas tan, tan bonitas como:
“No océano profundo existe vida sem a luz do sol”
Y también:
“A àgua salgada do Océano, com a sua vasta superficie e volume, é a sangre do nosso planeta”
Y esto hay que imaginárselo dicho en portugués bonito. Un portugués que yo no sé pronunciar y que hizo reír a Nuno. Reírse de mi porque tengo lengua de trapo, mientras se bebía su café sólo muy negro y yo tiraba el té sobre la mesa.
En Lisboa hay un puente enorme blanco, blanquísimo, que avanza sobre las aguas del río Tajo. Es muy largo. Y cuando uno va por encima, pues no puede mirar a los lados porque corre el riesgo de caerse y mojarse entera. O de chocarse con otra persona de otro coche. También hay que estar atenta, porque a la mínima coge una la carretera equivocada y se va para el norte, que es una dirección distinta a la que conduce a Madrid. A Madrid se va de frente, hacia Setúbal y luego Évora. Eso lo sabía Nuno y me lo dijo despacio, para que yo lo entendiera y no me olvidara en seguida. Y eso me gustó. También me gustaría mucho que cogiera esa dirección y viniera a Madrid pronto.
En Lisboa están Sergio y los amigos de Sergio y a veces van a su casa, que es vertical y muy chula, y otras salen por ahí. Y son gente muy simpática que en seguida te hacen sentir contenta. Y luego te llevan a bailar canciones del ayer. Y es divertido porque los portugueses, por lo menos de ese bar, no bailan muy bien. Y hay algunos que parecen Camilo Sexto con su injerto de pelo y todo. Camilo Sexto feliz. Y luego te enamoras de un Belga y decides que es el futuro padre de tus hijos. Pero luego se va y ya no hay más de esa historia. Por mucho que luego le esperes en Madrid.
En Lisboa hay un monasterio que tiene un claustro que quita el hipo. Las piedras están talladas hasta el mínimo detalle por hombres que hace años, en el 1500 y pico creo, hicieron eso con sus manos. Eso me impresiona siempre muchísimo y me hace pensar que todas esas piedras, no son más que energía en realidad. Energía de todos esos hombres trabajando. Impresionante. Y hay gárgolas de todo tipo, incluso de un saltamontes y de un dragón que echa fuego de piedra. Y Sergio me llevó a verlo y yo estaba contenta de estar con Sergio y en un sitio tan bonito. Y vimos una carpa blanca en la que muchísima gente más o menos mayor bailaba con las personas que les gustaban o de las que estaban enamoradas mientras la banda tocaba. ¡Qué bonito me pareció eso! También me tomé un pastelito de nata buenísimo. Con azúcar glace y canela.
En Lisboa decidí que Lisboa me gusta. Mucho. Ahora Lisboa está en mi lista del mundo de lugares en los que me quedaría a vivir.
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