sábado, 15 de enero de 2005
El miércoles hay una cita a ciegas
¡Madre mía! Este mismo miércoles tengo una cita a ciegas con un chico que se supone que es el príncipe azul, el perfecto padre de mis hijos que por fin me dará la prole que siempre he deseado y me llenará de orgullo y satisfacción matrimonial. Porque sí, señores y señoras, me temo que ha llegado el momento ese patético de mi vida en el que mis amigas empiezan a buscarme novios supuestamente perfectos para mi y a organizarme improvisadas citas a ciegas a las que ellas, por supuesto, acuden para ver en primera fila toda la gama de sensaciones e incomodidades por las que paso cuando por fin el encuentro con mi esperado príncipe azul se materializa.
Y claro, ayayayayayayyyyyy….ahora las dudas son múltiples. ¿Qué hago el miércoles? ¿Me pinto la raya y la sombra de ojos antes de salir de casa o eso es arriesgarse mucho por si él aparece con chándal? ¿Me llevo el cepillo de dientes en el bolso y un par de bragas por si el milagro está por ocurrir o me hago la púdica? ¿Me echo suavizante en el vello púbico (yo qué sé, esto lo leí en un libro de treinteañeras)? ¿Me preocupo en quitarme los pelos de allá dónde están y no deberían, o paso de todo? Arrrgggg, todo son un montón de interrogantes que en fin, al final, bien sea con bragas y cepillo pero sin sombra, con sombra pero con pelos y sin muda, sin raya ni sombra y además sin muda, no me van a servir para nada. Y lo del suavizante me temo que ni digamos.
Porque al final lo que me llevo siempre es mi idea de lo que es el príncipe azul que YO quiero. Y entonces no entiendo por qué el chico que tan perfectamente cuadra con mi perfil no habla portugués con acento brasileño si es posible, ni tiene los ojos verdes, el pelo muy negro y la piel oscura. ¿Es eso tanto pedir? Y por qué, además, el ambiente no acompaña la situación y lo único que hago es desgañitarme para hablar con él por encima de la música mientras esquivo sus proyectiles de salivilla y él hace lo propio cuando intercambiamos palabras absurdas mientras deseo fervientemente a ese chico anónimo que está hablando con otra (pilingui, más que pilingui) y pienso que acorralarme en el baño y negarme a salir con el objetivo de colarme por el desagüe como por arte de magia, a fin de cuentas, no sería una opción tan, tan mala. Seguro que hay casos documentados.
Pero mientras tanto, y como obviamente reflexiono y después de hacer cálculos me percato de que no quepo por el entramado de redes de fontanería del local (muchas vueltas y muchos mareos antes de llegar a casa), lleno y lleno el vacío con palabras y más palabras. Mientras él me mira con cara rara y piensa para sus adentros por qué, si se supone que soy la chica de sus sueños, no tengo una sonrisa de marfil ni tengo el pelo rizado tirando a castaño y por qué no llevo la camiseta roja, ese color que a él le gusta tanto. ¿Es eso tanto pedir? Y también él estudia en silencio cómo saltar por encima de la barra y coger a la camarera por banda y empotrarla contra la mampostería que sujeta las botellas de Martini y otros espirituosos (bueno, ellos son siempre más sexuales y las hormonas les funcionan mejor).
En fin, que la vida está llena de desencuentros pero, ¡¿qué sería la vida si todo fuera tan fácil?! Ja, ja, prometo una versión detallada del encuentro.
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