Dejo mi piso a finales de mayo. La agencia que lo gestiona ya ha puesto un anuncio en su página web, así que la gente ya les llama para interesarse por el apartamento. La cosa en Ginebra funciona así:
- La gente llama a la agencia.
- La agencia les da mi número de móvil.
- La gente me llama a mí.
- Yo quedo con ellos y les enseño el piso.
Vamos, que me convierto yo en una especie de agencia inmobiliaria que se pasa el día cogiendo el teléfono y dando cita a desconocidos para que vengan a ver mi casa en toda la extensión de sus menos de 30 metros cuadrados todos cubiertos de ropa sucia. Yo intento restringir las visitas a un día y no respondo al teléfono cuando no me da la gana, pero vamos, que me parece un abuso.
Ayer vinieron dos grupos personas. Un par de señoras de algún lugar de centroamérica que parecían muuuuy desorientadas, las pobres, me dio la impresión de que pensaban que era yo la que decidía si les daba el piso o no... y dos señores con una fragancia a jumilla que pude disfrutar en toda su extensión cuando subimos juntos en el ascensor... Los pobres también intentaron ser hipersimpáticos conmigo, que ni pincho ni corto en la decisión final.
Y es que la situación inmobiliaria en Ginebra es desesperante, pero desesperante de verdad.
Esto promete ser una experiencia de esas que luego dan para rodar un corto, creo que veré una gran diversidad de gente entrar en mi casa en los próximos meses, ya os iré contando...
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