-Hummm, qué frío.- pensó.
Metido en el yogurt hasta los hombros, el suero le llegaba hasta la barbilla, y la cabeza cabía a penas en el espacio entre el suero y la tapa, y abultaba graciosamente vista desde fuera. Menos mal que su yogurt era el que estaba más alto en la pila del supermercado, si no menuda tortícolis...
Sólo para matar una curiosidad se hundió un poquito y abrió la boca:
-Puajj!- exclamó. En efecto, tal y como recordaba el suero era asqueroso.
-Buff, ¿y ahora?- se preguntó masticando distraídamente un pedazo de fresa del yogur -esto seguro que es estupendo para el cutis, pero voy a pillar una pulmonía...- y deseó secretamente haber vuelto a materializarse dentro de una caja de pañuelos de papel, como la última vez, y poder dormir la siesta en su interior mullidito y oscuro...