Yo pensaba que eso del síndrome del restaurante chino era algo que no existía en realidad, un mito, como eso de que te sirven gato, o que en las hamburgueserías se hacen hamburguesas con lombrices o que la carne del pollo frito son masas de pollo mutantes que hacen crecer en obscuros laboratorios al son de música lounge y risas diabólicas..., pero no, señoras y señores.
Hete aquí que el sábado pasado voy con un amigo a comer a un restaurante asiático y decidimos regalarnos con el estupendo menú tailandés que incluye muchas cosas ricas:
Llega la sopa, con sus gambas y su leche de coco y todo ¡viva! Con el hambre que teníamos, tras horas de inanición en la biblioteca buscando tebeos ¡qué rica! Nos la comimos super rápido.
Llegan los pinchos de pollo con su salsa picante con cacahuetes ¡viva! Y come que te come.
Llega la ternera con brotes de soja y oh, oh...
-pues no mucho, la verdad...-
Yo, pesimista, pensaba: -¡no, enferma ahora no, que mi seguro de salud tiene una franquicia de 1000 euros!
Yo, pesimista y además peliculera, pensaba además: -¡hay que tomar muestras de la comida, quizá seamos alérgicos a una especia tailandesa que causa una muerte fulminante y horrible y es necesario que los médicos tengan una muestra para poder encontrar un antídoto rápidamente!-. Vamos, como si me hubiese mordido una serpiente en el desierto australiano.
1 comentario:
juass juaas
lo peor es un optimista felicista que huela las flores por la calle y sonria, sea feliz y encima quiera que los demas tambien lo seamos.
que nos dejen vivir en nuesto sarcasssmo!
he dicho.
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