Ayer, pensando en la relación entre la culpa y la religión católica llegué a la conclusión de que la culpa es toda nuestra (por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa...) por querer tener un dios perfecto. Me explico: los romanos, los griegos etc., no tenían dioses perfectos, tenían una pandilla, más o menos grande de tipos que andaban siempre metidos en líos, Zeus liándose con toda hija de vecina, etc., etc. Pero nosotros no, nosotros necesitábamos uno perfecto. Y ese tipo perfecto nos creó, ¿y cómo un perfeccionista iba a crear algo imperfecto como nosotros (baste leer el periódico o estudiar detalladamente los propios codos para ver la chapuza de la obra)? Respuesta: no, el nos creo a su imagen y semejanza, osea, como debe ser, pero nosotros, muy tempranamente además, la cagamos con el tema de la manzana y fuimos expulsados del paraíso. Es decir, nosotros tenemos la culpa de nuestra imperfección, y por eso hay que bautizarse para librarse del pecado original (en realidad, pecar comiendo una manzana es verdaderamente original, los hay que descuartizan viandantes o roban chocolatinas). Y he aquí dos puntos claves: búsqueda de una perfección imposible y sentimiento de culpa por no poder alcanzarla, dos puntos que llenan a diario los consultorios de los psicoanalistas.
Quizá sería mejor dejarnos de perfeccionismos, volver a adoptar los dioses griegos o romanos y que los psicoanalistas se dedicasen a ser oráculos, sumos sacerdotes, vírgenes vestales y esas cosas.