Una biblioteca, en principio, suena a lugar tranquilo, pacífico, donde seres sesudos se dedican a la lectura. La biblioteca de un sitio como el CERN, institución europea dedicada a la investigación, debería ser un sacrosanto templo consagrado a la sabiduría y la física de partículas.
Por avatares de la vida, llevo más de un año pasando ratos largos en esta biblioteca y viendo gente de todo tipo. Me siento casi preparada para, recurriendo a las consabidas y feas generalizaciones, hablar del comportamiento ajeno.
Los rusos son unos seres increíbles. Tengo que ir a una biblioteca en Rusia para corroborar mi experiencia de campo aquí, pero por lo que he deducido de una muestra de n= 20 ó 30 rusos, ellos, al encontrar un compatriota en una biblioteca no se acercan a cuchichearle, sino que, avistándolo de lejos profieren en altos gritos, lo que yo, ignorando todo del idioma, interpreto como: "-¡Hombre Dimitri, tú por aquí!-". Después posiblemente continúen hablando de física, pero a voz en cuello, como si tuvieran que escucharlos también en la Academia de Ciencias Rusa. Se sientan en grupo en una mesa y comienzan a chillarse cosas durante horas, sólo les falta sacarse la botella de vodka y poner los pies en la mesa.
En esta biblioteca hay muchos ordenadores, y hay señores mayores mayores, del tiempo en el que para escribir se usaba el cincel y el martillo sobre una placa de piedra, que aplican la misma técnica sobre el teclado. Respiran hondo, levantan los brazos frente al monitor y tras una pausa dramática: tacatacatacata ta!!! martillean el teclado provocándole posiblemente daños irreparables.
La señora que limpia la biblioteca canturrea. Acompaña sus gorjeos agudos con los ñic ñic que hace su mopa por todo el suelo.
Claro, nadie le dice nada, por que si no tendrían que regañar también al "loco empujador del carrito", un hombre gordito con barba que empuja por toda la biblioteca un carrito con libros y piensa en voz alta, farfulla, se ríe por lo bajini, silva, arrastra las sillas, etc. El "loco empujador del carrito" viene a veces acompañado de su aprendiz. Hoy han pasado la mañana pegándole golpes a la fotocopiadora y riéndose, en una especie de rito maligno.
El loco, el aprendiz de loco y la señora de la limpieza son amigos. Cuando se juntan en la biblioteca es mejor ir a tomarse un café.
Pero nada como mi personaje favorito, "El chino tosedor". Yo ya tenía una tosedora antes, una mujer italiana que batió todos los records del resfriado más largo del mundo. Se sentaba en una mesa frente a mí y, mientras fingía que escribía y consultaba cosas de física, se dedicaba a sonarse los mocos con fruición, a estornudar y a toser. Era mi tosedora particular, hasta que un día entró por la puerta un señor chino de unos 40 años que es ahora el Tosedor Honoris Causa. Se me sienta siempre cerca, creo que es un sádico y lo hace a posta, y comienza a carraspear, una y otra y otra y otra vez durante todo el rato que pasa en la biblioteca (bastante), a un ritmo de 10 carraspeos por minuto. Al principio tuve el impulso de levantarme y ofrecerle un caramelo, ahora sólo me imagino a mi misma levantándome y abofeteándolo sonoramente, con bofetadas de ida y vuelta.
Ayer realmente creo que alcanzó sus cotas más increíbles de espectáculo, cuando entre carraspeo y carraspeo, entre tos y tos (no lo vi, pero lo escuche y me lo imagino) alzó elegantemente una de sus nalgas y se tiró un pedo en dos tiempos, en do mayor, que me hizo reír a carcajadas. Se le cortó la tos, al pobre.
Antes había por aquí un señor sueco, que siempre muy educadamente le decía a todo el mundo que no hiciese ruido, que no hablase, que no arrastrase las sillas,...pero se ha marchado, dejándome sola ante el peligro. Yo creo que también me marcharé un día, dejándolos a todos por imposibles, y así, me perderé la historia de amor que surgirá entre el loco del carrito y la señora de la limpieza, o entre la italiana resfriada y el chino tosedor.
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