Philippe Claudel
Enviaron a un sustituto que ya no estaba para que lo movilizaran. Recuerdo, sobre todo, sus ojos de loco, dos canicas de acero en blancos de nácar. “¡Estoy en contra!” le espetó al alcalde, cuando éste acudió a la escuela para presentarle a sus alumnos. Lo apodaron “el Contra”. Estar en contra es muy respetable. Pero ¿en contra de qué? Nuca lo supimos. De todas formas, en tres meses todo había acabado: el Contra debía de haber empezado a perder la chaveta hacía tiempo. A veces, dejaba de explicar y miraba a los niños imitando el ruido de la metralleta con la boca o el silbido de un obús, se tiraba al suelo y se quedaba completamente inmóvil durante largos minutos. En eso estaba muy solo. La locura es un país en el que no entra quien quiere. En esta vida todo hay que merecerlo. En cualquier caso, él entró como un seño, largando amarras y velas con al gallardía de un capitán que da barreno a su barco y espera, de pie en la proa, a que se hunda.
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