Philippe Claudel
Me miró sonriendo, con esa mirada de cura a la que ya he aludido, que penetra hasta lo más profundo de nosotros y nos saca el alma como se saca un caracol cocido de su concha con un tenedor de dos dientes. Luego me dijo que, en el sitio al que iba, había flores a millares, y millares que no conocía, que jamás había visto o, como mucho, en los libros, y que no se podía vivir eternamente en los libros, que un día había que coger la vida y sus bellezas con las dos manos.
Estuve a punto de decirle que para mí era justo al revés, que para mí la vida era el pan nuestro de cada día, y que si hubiera habido libros que hubieran podido consolarme de ella me habría arrojado dentro de cabeza. Pero cuando dos personas están tan lejos la una de la otra, hablar no sirve de nada. Me callé. Y nos dimos un apretón de manos.
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