Una señora hoy en el autobús (vivo en la careteeeeera, dentrodeunautobús…) se me ha sentado al lado, oprimiendome, ocupando mucho sitio del mío e impidiéndome leer con claridad la parte del libro en la que todo el mundo se reía de Darwin porque le dedicaba demasiado tiempo a las lombrices de tierra. Yo me he aplastado mucho contra la ventanilla para no tener su gluteo sobre mi, pero ha sido inutil.
Mirada furibunda, resoplido, respuesta de la señora: perdone, es que tengo un brazo inmobilizado.
Mirada de sorpresa-verguenza-pero que mala persona soy-perdone usted.
Ella me tomaba por un triclinium, no por la naturaleza perversa que yo asumo presente en casi todas las señoras, sino porque su brazo, el que daba al pasillo, había sufrido una curiosa operación después de una aparatosa caida. Todo me ha sido revelado, con pelos y señales, mientras ella me enseñaba discretamente los puntos, los moratones, los hierros que asomaban de las carnes (esos me los he imaginado yo…). En fin, claro, le he cambiado el sitio, dispuesta a protegerla con mi cuerpo de los golpes de los minibolsos axilares y de las mochilas.
Jo, qué gris sera mi vida cuando me mude de casa la semana que viene y pueda venire andando a la biblioteca…
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