En navidad, una mano familiar me tendió un paquete. -Hmmm..., vaya..., un puzzle..., esto... gracias- dije, con el desagradecimiento que me caracteriza. -Podría haber sido peor,- pensé, -podría haber sido ropa-.
Claro, mi habitual desencanto ante el 98% de los regalos que alguien me hace, se debe casi por entero a mi pesimismo y cortedad de miras. El caso es que hace una semana pensé, ¿porqué no intentar hacer el puzzle? y hete aquí que, señoras y señores, contra todo pronóstico, hacer un puzzle me parece la juerga padre.
Llevamos una semana comiendo precariamente casi con el plato en vilo por que el puzzle ocupa casi toda la (única) mesa de la casa, durmiendo poco por que se nos va el santo al cielo intentando colocar "sólo una pieza más", y comunicándonos tan sólo mediante frases crípticas del tipo "zapato marrón que pisa un sombrero verde", "brazo con bolso y pulsera", "¡aquí está la mano del que salta a dola!".
Las tareas del hogar descuidadísimas, las uñas de los pies kilométricas, pues no osaríamos desperdiciar ni un segundo de los pasados en casa en otra cosa que no fuese colocar una pieza tras otra ¡Qué falta de sueño!¡qué tortícolis! Hay que terminar con esta adicción cuanto antes, creo que esta noche no dormiré a ver si termino el dichoso puzzle y puedo recuperar mi vida.
P.D.: por favor, que nadie más me regale nunca uno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario