jueves, 10 de marzo de 2005

Allô? Oui, c’est moi...


Soy completamente inútil a la hora de hablar por teléfono. No es que tenga miedo a la técnica y al avance de la tecnología, porque ejerzo un dominio absoluto sobre otro tipo de máquinas de tipo doméstico como pueden ser el microondas, la radio, la máquina de coser e incluso aquellas más rebeldes como son la epilady y sus amigas del mundo del masoquismo femenino, que hace falta mano derecha cuando se encabritan y se enmarañan con tanto pelo (este mundo de la depilación se merece un post aparte que ya vendrá en próximas entregas). El caso es que ante un teléfono, me bloqueo.

Dice guisante que puede ser porque siento que la persona con la que estoy hablando me pone a prueba y siento fallarme a mi misma, por inseguridad congénita que padezco. Puede ser y lo he pensado y tiene sentido. Yo pienso también que puede ser porque cuando uno habla con alguien por teléfono, es como si estableciera una conexión directa entre su yo más interno y el yo más interno del otro y eso me descoloca. De repente, el cuerpo, esa masa viscosa que nos rodea y que en algunos casos como el mío crece a pasos agigantados y de forma descontrolada, deja de ser un filtro y tener un primer plano y sólo estás tú, ante lo que pueda pasar, sin barreras ni ayudas gestuales ni tiempo para pensar. Uno no puede hacer una mueca por teléfono que lo diga todo y tiene que expresarlo rápidamente en palabras. O no puede interpretar al otro por sus gestos y sus miradas, con lo cual tiene que hacer un ejercicio extra de concentración para entenderlo todo. No puede haber pausas prolongadas mientras piensas, no puedes sonreír para tranquilizar al interlocutor… Venga, venga, que la comunicación tiene que ser fluida. Y yo me atoro y por eso parezco una borde al aparato.

Y cuando tengo que hacer llamadas, a cualquier persona, pues miro el teléfono como si fuera un invento del demonio. Y me pongo nerviosa, de verdad. Y empiezo a pensar que mejor llamo luego, cuando me organice mejor o cuando sepa que fulanito ha llegado a casa. Y luego no llamo, porque es mejor esperar a que llegue a la oficina y no molestarle a esas horas… y así, engaño tras engaño… ¡Qué calamidad! ¿Por qué será eso?

Así que pido perdón por lo malqueda que soy a veces y por no llamar nunca a quien se lo merece. Lo siento, chicos, cada uno tiene esos problemillas sociales que le son tan difíciles de superar.

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