jueves, 8 de junio de 2006

Días de sol y playa


Ahora mismo, cogería un coche y me iría a la playa. Apagaría le móvil y no respondería a nada. Dejaría la mente en blanco. No me llevaría papeles. Miraría el paisaje y pondría música en el CD para ir cantando mientras conduzco o hago de copiloto. Sonreiría. Me quedaría un rato en silencio. Miraría cómo el sol me da en la pierna y los pelillos se ponen rubios de mentira. Sentiría como por cada poro de mi cuerpo, respiro felicidad y cruzo los dedos para que esto dure mucho, mucho, mucho.

Es imposible huir de las responsabilidades cuando estoy en Madrid y no puedo desengancharme de todo. Las responsabilidades son pegajosas y saltan de un sitio a otro como si tal cosa. El lunes de la próxima semana ya está lleno desde hace días. Mi fin de semana ya casi no tiene huecos. Quiero terminar un día de trabajar y no tener nada más que hacer que irme a casa a descansar con mi pareja. O levantarme y sentir el vacío de la nada. Pero ese día nunca llega. ¿Qué tren ha cogido que tarda tanto?

Tumbarme en la playa, abrir un libro, ponerte muy juntito, hacer un Sudoku y otro, hablar, mirar a la gente sin pensar en nada, bañarte en agua helada, dar un par de gritos y mover los brazos, comida de chiringuito, la arena caliente y la toalla, luego una ducha de agua dulce, aftersun, ropa limpia, cena, tele o lo que se tercie…

Yo desconecto muy bien, pero para eso tengo que irme. Irme con Javi, cogida de la mano, porque a él nunca se le olvida meter la paz en la mochila.

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